Esta es la historia de un paramilitar que sabe dónde están los restos de decenas de víctimas. Pocos quieren conocer su relato.
En Granada, un pueblo del oriente de Antioquia, la gente mira con desconfianza. No es una prevención infundada. Más de una década de cruenta guerra les sembró ese hábito. Sus 12.000 habitantes no dejan nada al azar. Todo lo observan, lo detallan. Miran al visitante de arriba abajo con el rigor natural de saber que un detalle les puede salvar la vida.
En 13 años de horror, aprendieron a esfumarse cuando olfateaban la inminente presencia de un guerrillero o de un paramilitar. Allí atacaban esos grupos escalonadamente y el pueblo nada podía hacer, solo recoger a sus muertos y llorar en silencio a los desaparecidos.
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