Por Juan Alejandro Echeverri
Buscar minas -paso a paso- parece sencillo: primero, los habitantes de las veredas a desminar les indican a los funcionarios de HALO Trust (Organización internacional encargada del desminado humanitario en nuestro país) dónde se sospecha que hay presencia de minas antipersonales. Después, HALO Trust abre convocatorias de empleo en las zonas a intervenir y capacita a las personas interesadas. Dos meses después, ya capacitados y en el lugar, los busca-minas primero retiran toda la capa vegetal de la zona identificada. Luego, los desminadores pasan un detector de metales por cada milímetro de la desnuda capa terrestre. Cuando el sensor chilla como un delfín, se realiza una meticulosa disección que consiste en cavar un hueco de quince centímetros de profundidad, y quince de ancho, sin tocar la mina encontrada por el aparato. Una vez la mina puede ser detectada por el ojo humano, es detonada.
Buscar minas, supongo, no fue lo que soñaba hacer de grande Jhoana Galvis. No sabiendo que eso que buscas te puede amputar un brazo, una pierna, la vida o las ganas de vivir. Si el Estado de Derecho, vuelvo a suponer, le hubiese dicho que para ganarse el pan debería pasar 400 minutos al día arrodillada escarbando la tierra hasta encontrar ese objeto que ha arruinado la vida de 10.189 personas en Colombia (entre las cuales pudo estar un familiar o un vecino suyo), Jhoana hubiese respondido que ella preferiría dar clases de baile y producir su propio pan, pero el Estado de Derecho dice que no escucha opiniones. Ella nunca soñó, y de eso sí estoy seguro, con que la llamaran heroína. Sin embargo, en el letrero que indica el lugar donde se encontró la mina número 6, y la número 10, en la vereda Falditas del municipio de San Rafael, está escrito el nombre de Jhoana Galvis, y eso, aunque nadie se lo diga, la hace una heroína.
Buscar minas, y encontrarlas, es mucho más difícil que enterrar minas. Islem Manrique, que hizo parte de la guerrilla y ahora trabaja para HALO Trust, sabe que sembrar y detonar una mina tarda segundos, pero encontrarla y salvar vidas tarda meses, años. Islem Manrique, que vivió la guerra “de verdad”, que fabricó y sembró minas pero que ahora trabaja en la detección de las mismas, sabe que la mayor virtud del desminador es la desconfianza. Lo que Islem Manrique no sabe es que desminar le cuesta al país más, mucho más de 46.745 millones de pesos, es decir, 62.326 veces su salario.
Al verlos a ellos (víctimas del conflicto que durmieron cobijados por el manto de la guerra), buscar minas, me parece estar viendo a próceres anónimos de la patria. Que los mismos afectados por las minas antipersonales sean quienes deban buscar las minas que no alcanzaron a cumplir su vil objetivo, me recuerda cuando el protagonista de la historia era atravesado por una flecha y él mismo extraía con dolor el elemento punzante, y aunque herido de muerte, intentaba empecinado levantarse y seguir caminando. Pero más allá de que sea un trabajo difícil y mal remunerado hecho para superhéroes, ellos, los que están acostumbrado a perder, los busca-minas, ya son ganadores: le han ganado la guerra a los guerreristas.
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