Desde el 30 de septiembre de este año, una de las tormentas de la denominada “Temporada de huracanes del Atlántico” se convirtió en el huracán Matthew. Aquí en Colombia no es habitual escuchar de huracanes o tornados, siempre asociamos ese tipo de fenómenos climáticos con EEUU, pero por increíble que suene, este año, sus coletazos se sintieron el nuestro país.
Aunque no arrasó poblaciones enteras como en Haití, Republica Dominicana o Cuba, sus vientos sí desestabilizaron el clima colombiano y pusieron a prueba la voluntad política nuevamente. Una muestra de ello es que, luego del famoso y ya mencionado plebiscito, muchas fueron las pequeñas poblaciones de La Guajira, Bolívar y Magdalena que no pudieron ejercer su derecho al voto debido a las inundaciones y afectaciones que produjo el huracán. Sin embargo, a pesar de tratarse de una fuerza mayor de la naturaleza que impidió el ejercicio democrático del sufragio, algunos politiqueros intentaron camuflar el resultado de las votaciones al manifestar que hubo desventaja al no poder salir a votar.
El aprovechamiento de la desgracia ajena no tiene precio. Es insólito escuchar las opiniones del porqué ganó el No o cómo perdió el Sí después de ver cerca de 100 mil damnificados. El único vencedor es el conflicto de intereses donde prima el interés individual sobre el colectivo. Vale la pena aclarar que no se puede juzga a La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), ya que dentro de sus posibilidades han auxiliado a las regiones afectadas. El desanimo está en esos líderes que nos representan políticamente.
El país ha estado más preocupado por la mermelada que reciben los políticos de uno y otro bando que por las personas que se quedaron sin techo, sin trabajo y sin los cultivos que son su sustento cada día. Hace tres semanas era normal escuchar las cuñas radiales, entrevistas y publicidad pagada con nuestros impuestos para el plebiscito, ya que el Presidente autorizó utilizar el presupuesto de cada municipio para sus respectivos anuncios. Luego del coletazo del Matthew, no se escuchan con el mismo ahínco campañas para construir viviendas para los colombianos que se quedaron sin techo, ni tampoco se ve al Juan Manuel Santos autorizando un poco más del presupuesto para canalizar ríos, mejorar el alcantarillado o pavimentar vías, obras que ayudarían a estas personas que, por su puesto, muchos apoyarían a ojos cerrados.
Es absurdo observar cómo los partidos políticos se reparten el país. Cada líder sale airoso a decir que ‘x’ región es de ellos, pero importante es aclarar que esas regiones les pertenecen pero por intención de voto y por cantidad de candidatos subidos a los cargos públicos, llámese consejo, alcaldías o congreso. Este mismo orgullo y pedantería no aplica para ayudas económicas o en especie en épocas de crisis. Cuando el país sufre un desastre natural, los líderes inmediatamente culpan la ausencia del Estado. Ese es el momento donde deberían agradecer cada voto de confianza depositado en su partido, pero lastimosamente es ahí donde más se olvidan de los sufragantes.
En épocas de crisis este país es de nadie, no tiene doliente y todos desvían la mirada para sentir menos culpa. En épocas de desastre no hay marchas para pedir ayudas o para clamar veedurías internacionales que observen y vigilen la función del Estado con ciudadanos afectados y, lastimosamente en épocas duras, aflora la verdadera intención de los políticos.