No podía ser que el futuro lo tuviéramos negado, que el estado normal de nuestros días fuera la guerra, el enfrentamiento de pobres contra pobres obedeciendo los caprichos de la clase política colombiana. No podía ser que el futuro lo tuviéramos negado, que las Farc continuaran con su estrategia macabra que inició en 1982 con su séptima conferencia, en la que acordaron expandirse, crear nuevos frentes, arribar a zonas que les eran ajenas y aplicar nuevas formas de financiación como las vacunas y el secuestro.
No podía ser que el futuro lo tuviéramos negado prolongando la muerte. Como el tiempo es la verdadera escuela en la que aprendemos, ya adultos desechamos la idea de niños de ser soldados o guerrilleros. No podía ser que el futuro lo tuviéramos negado, llenando bases de datos con víctimas de minas, sumando de a miles los muertos en el conflicto, concluyendo siempre que las verdaderas víctimas no eran soldados sino civiles, relatando historias de familias que se asentaban en las fronteras de las ciudades, de los pueblos, más pobres que siempre.
No podía ser que el futuro lo tuviéramos negado, que nos pasáramos la vida entera justificando si eran más malos los guerrilleros o los paramilitares o el mismo estado; justificando que unos nos salvaban de los otros, cuando parte de su estrategia era esa, fingir como próceres, adalides de la libertad y en secreto eran los soldados de la venganza. No podía ser que el futuro lo tuviéramos negado, que toda la vida escribiéramos literatura del horror, como si nunca fuéramos a acabar, que escribiéramos sobre la crueldad de la especie humana como un tumor que no podemos extirpar.
No podía ser que el futuro lo tuviéramos negado. En la televisión hablaban del fin del conflicto armado y entonces pensé en esperanza. No había imaginado este momento, ¿acaso vos? Podríamos discutir bastante sobre dos de los seis acuerdos, no sobre Reforma rural integral, ni sobre Cese al fuego y reincorporación, ni sobre Drogas ilícitas, ni sobre Verificación y refrendación. Sí dedicar horas y días y la vida entera a los acuerdos de Participación política y Víctimas y justicia.
La vida entera… Podríamos pensar, mejor, en los muertos que nos ahorramos, en las minas que desenterramos y que no gritarán su palabra atragantada en la tierra, en los muchachos que no irán reclutados al monte seducidos u obligados por las armas y las órdenes de uno y otro.
Podríamos pensar, además, que el futuro no lo teníamos negado y que es posible construir otro país, uno de esperanza, con tu punto de vista y el mío, distintos; que podemos hacer memoria y asumirla como obligación y deuda, como dice Gonzalo Sánchez. Pensar, también, que el cese bilateral y definitivo del fuego es el primer paso para construir la famosa paz, que no la hacen dos bandos enemigos de siempre, sino vos y yo, en tu casa, tu salón de clase.
No podía ser que el futuro lo tuviéramos negado, por eso ahora es nuestra oportunidad de construir, de mirar a la guerra como una persona que falleció y de la que se nos van olvidando sus rasgos, su cara más difusa, sus gestos menos nítidos, hasta que llegue la opacidad.
No podía ser, no podía ser.
Esperanza.