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"Una catedral a todas luces monumental"

  • Hace 55 años, el primero de agosto de 1962, un terremoto que se sintió fuertemente en Antioquia y también en otros departamentos del país, derribó gran parte de la estructura de la Catedral de Granito, en Sonsón. Tiempo después, la catedral fue demolida y sustituida por la actual edificación elevada a la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

    En conmemoración de esta fecha, MiOriente quiso compartir las líneas que el poeta y novelista sonsoneño, Carlos Framb, dispone en su libro "Del otro lado del jardín", para describir "una catedral a todas luces monumental":

  • “La antigua iglesia, cansada y algo derruida –amén del general Tomás Rengifo, la usó como pesebrera-, fue demolida para dar paso a la construcción del más hermoso templo que se pudiera imaginar por estos lares. Tras dos años de trabajos previos, el 3 de marzo de 1889 se puso la primera piedra.

    El pueblo en pleno se embarcó en la empresa de edificar su Torre de Babel, una catedral a todas luces monumental, desmesurado tributo del fervor de un pueblo a su bíblico Dios. Tendría que ser una presencia colosal, un milagro de ingeniería y belleza que conjuntara en armonía lo etéreo y lo terrenal.

    Y así, extrayendo la piedra, acarreándola al hombro desde las canteras, labrándola con devoción, los muros de apretujado granito fueron elevando su musculatura sobre los tejados ocres de las casas, llenando de penumbra patios y aposentos, destacándose contra el verde de los campos de labor y el azul de las montañas paramunas.

    Le contaba a mamá cómo, luego de veintiséis años y nueve meses de titánica labor y sacrificio, aquella lítica inmensidad se inauguró el 5 de diciembre de 1915. El conjunto no podía ser más grandioso y parecía destinado a perdurar.

    Todo en la catedral era magnífico: sus líneas ascendentes, sus combadas ojivas, sus arcos de medio punto, sus haces de columnillas; los florones de sus salientes; las cúpulas de torres puntiagudas, ligadas por filigranas de tejas en forma de armadura; la torre principal, con su bello frontis de clásico romántico, austero, imponente, con sus caras de rectángulo; sus grandes puertas de maderas preciosas, guarnecidas con herrajes y enchapados de bronce; la espaciosa nave central y sus dos naves laterales –cada una en sí una iglesia- que se cruzaban en forma de arco iris de piedra bien labrada, partiendo de dos haces de columnas altas, con fuertes bases y orladas de bellos capiteles modelados en acanto.

    El púlpito y el altar mayor, en mármol de Carrara, delicadamente labrado y esculpido en espléndido y flamígero gótico, encrespado con centenares de pequeñas flechas, como torrecillas de altares diminutos, siendo la pieza principal La última cena de Leonardo da Vinci; el lindo bautisterio; y el palio, de dorado y blanco techo todo en seda, con sus borlas y cordones jaspeados de hilillos de oro y plata; y los altos vitrales, por donde un río de luz multicolor pasaba haciendo olas…”.

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