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Nuestras élites y la necesidad de renovarlas

  • Nuestras élites son un desastre. Pocas veces representan el interés general del país y las regiones. Son personas que se pasan la vida en carros y aviones oficiales pagados, en ocasiones, con nuestros impuestos. Representan los intereses de la mayoría, pero terminan beneficiando los particulares.

    Su ciclo de vida consiste básicamente en ser parte de los mejores colegios campestres ubicados regularmente en las afueras de las ciudades capitales de Colombia. Son jóvenes que desde los 14 años o antes hacen intercambios en otros países. Cuando ingresan a la universidad, si es que lo hacen en el país, estudian en los mejores centros de pensamiento, en la Universidad de los Andes, si están en Bogotá, en La Universidad del Norte, si son del Caribe, en la Universidad Eafit, si son de Antioquia y en la Javeriana, si son de Cali. Sus vacaciones son en Miami, las Islas Griegas o en Europa; son hijos, nietos, y sobrinos de políticos y empresarios.

  • Cuando terminan sus pregrados de economía, administración, relaciones internacionales, ingenierías y demás, se van para Harvad en Estados Unidos o a la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, o la Sorbona de Paris. Suelen ser jóvenes inquietos y buenos estudiantes, ciudadanos del mundo, algunos ejercen el periodismo con compromiso y hacen consultorías en organismos multilaterales por fuera del país. Cuando egresan de sus posgrados, perfeccionan algún idioma viviendo al menos un año por fuera de Colombia, y a los 26 años ya hablan dos o tres idiomas y están terminando algún doctorado de alguna carrera afín a la economía o la ciencia política.

    Llegan a Colombia a cargos de dirección en el sector privado. Después de varios años, sin importar la filiación política de sus padres o familiares, son asesores y consultores del gobierno central o departamental, y en pocos años dirigen entidades descentralizadas del estado y hasta viceministros se vuelven.

    Algunos permanecen a la sombra del sector privado, otros se lanzan a la arena política y en poco tiempo son senadores, representantes a la cámara o diputados en sus departamentos. Empiezan a combinar sus negocios privados con apuestas colectivas desde sus curules políticas. Generalmente, en sus inicios políticos, son atrevidos y audaces, proponen reformas para el estado y algunos hasta las consiguen.

    Cuando tienen el poder político emerge su gran paradoja: ser formados como ciudadanos del mundo, emprendedores promisorios, honorables empresarios del campo, o mejor dicho, como auténticos demócratas. Cuando ejercen el poder político, se comportan como auténticos terratenientes de la república bananera; el hecho de conocer el país desde carros oficiales, helicópteros, detrás de esquemas de seguridad permanentes, quizás nubla su juicio sobre lo que necesita el país o las regiones, y terminan defendiendo causas que, en últimas, solo benefician a sus círculos más cercanos y, con muy contadas excepciones, suelen ser un genuino desastre.

    En el primer semestre del presente año las élites nacionales y regionales: fiscales anticorrupción, secretarios de seguridad, ex procuradores generales de la nación, expersoneros, exalcaldes de ciudades y pueblos, ex sacerdotes; todos han quedado desnudos ante el silencio de los fusiles y poco a poco nos damos cuenta, cómo además de su ineficacia, la corrupción los corroe y ya no importa que sean ciudadanos del mundo llenos de privilegios, solo son avivatos de cuello blanco robándose gota a gota el estado. Se necesitan más excepciones en esta triste regla.

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