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Frente nacional 2.0

  • “La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”, decía un alemán por allá en 1859. El 24 de julio de 1956, en la ciudad de Benidorm, en España, el liberal Alberto Lleras Camargo y el conservador Laureano Gómez, firmaron el Pacto de Benidorm para poner fin a la crisis política desatada por la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.

    Posterior a la caída de este régimen, el 20 de julio de 1957 se firmó también en España el Pacto de Sitges, que estableció las bases del Frente Nacional: el acuerdo entre los dos partidos políticos colombianos en donde liberales y conservadores decidieron alternarse en el poder durante 16 años, con una  distribución equitativa de ministerios y burocracia en las tres ramas del poder público (ejecutivo, legislativo y judicial)[1].

  • Si bien el Frente Nacional apaciguó la animosidad sectaria de los partidos políticos tradicionales de la época, también excluyó de tajo otras fuerzas políticas, creando una democracia estrecha con una forma militarista de gobierno.[2] Un sistema de privilegios de los mismos para los mismos.

    Hoy, 61 años después del inicio del Frente Nacional, el país se dispone a elegir en segunda vuelta a quien dirigirá los destinos de Colombia por los próximos cuatro años, luego de que en los últimos 16 (o más) las élites colombianas estuvieran divididas por causa de un autoritario político de provincia que gobernó durante ocho años: Uribe. Y un aristócrata bogotano que gobernó por otros 8 años, puesto por el provinciano: Santos.

    Pero las paradojas del poder han hecho que frente a las elecciones de este año, ante la amenaza de un verdadero cambio político representado por Sergio Fajardo en primera vuelta, y por Gustavo Petro en la segunda, las élites se unifiquen a la vieja usanza del Frente Nacional para defender sus intereses.

    Luego de los resultados de la primera vuelta el 27 de mayo pasado, en donde el candidato Iván Duque obtuvo el 39.14 % y Gustavo Petro el 25.08 %[3] de los votos, han sucedido algunos acontecimientos pos-electorales que vale la pena ser mencionados: en primer lugar se dio una moderación discursiva de los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta para acercarse a las más de 4 millones y medio de personas que votaron por Sergio Fajardo.

    En segundo lugar se registró una seguidilla de alianzas políticas por el lado del candidato Iván Duque: a su campaña se adhirieron el Partido Liberal en cabeza de su jefe César Gaviria, el Partido Conservador liderado por Hernán Andrade, Cambio Radical en cabeza de Jorge Enrique Vélez, el Consejo Gremial Nacional (CGN) y hasta el periódico El Tiempo. En una palabra, todo el establishment apoyó a Duque.

    Por el lado de Gustavo Petro adhirieron: Claudia López, Angélica Lozano, Antanas Mockus de la Alianza Verde; César Pachón, líder campesino, un sector del Polo Democrático, además de los artistas e intelectuales como el economista Francés Thomas Piketty. También le dieron su confianza a la Colombia Humana colectivos ambientalistas, sectores LGTBI, afrodescendientes, renombrados columnistas de opinión como Rodrigo Uprimy, María Jimena Duzán, y estudiantes universitarios, es decir, las ciudadanías emanadas de la maltrecha Constitución del 91.

    En resumen, el candidato Gustavo Petro, a pesar de los temores que aun despierta en algunos sectores de opinión, representa a la enorme diversidad del país. Por su parte Duque, a pesar de presentarse como el renovador, representa al viejo país político o el frente Nacional 2.0. Elegirlo implica escoger el camino de actualizar algo (alguien) para que nada cambie, significa que la vieja clase política siga en el poder; significa el riesgo de afectar el juego de pesos y contrapesos de la democracia.

    Así las cosas, Duque llegará con una fuerza política que es mayoría en el Congreso y que propone modificar las cortes, modificar el corazón del Acuerdo de Paz (justicia y tierras), modificar la forma en cómo se eligen el Contralor General de la República y el Fiscal General de la Nación, podrán controlar todas las ramas del poder público. Además está claro que el proyecto político de Ivan Duque no es a cuatro años, buscará por medio de  alianzas perpetuarse en el tiempo por mínimo 8 años mediante reformas a la ley con las mayorías del Congreso.

    Ahora bien, Petro tiene el riesgo caudillista, nadie lo niega, pero tiene más frenos institucionales para sus intenciones de caudillo, con un Congreso en su mayoría uribista y unos acuerdos con los senadores del Partido Verde que le generarán control y seguimiento. (Ver a Rodrigo Uprimy: https://www.elespectador.com/opinion/ni-en-blanco-ni-petreo-columna-793395 ).

    Estos ya no son los tiempos de la Guerra Fría, corren los días de las redes sociales y la sociedad de la información. Por primera vez hay un proceso electoral tranquilo en Colombia, en las calles hay ciudadanías informadas, la gente cada vez come menos cuento y aunque se sabe que los resultados de las urnas el próximo domingo 17 de junio reflejarán este Oriente Antioqueño conservador y uribista, hay mucha gente que quiere un cambio de verdad. En lo que a mí respecta no votaré por el Frente Nacional 2.0. Petro no es el mesías pero sí es algo radicalmente opuesto a lo mismo de siempre, y eso, en la descalabrada democracia Colombiana, ya es una enorme ganancia.

    Bibliografía.

    Melo, J. O., 2017. Historia Mínima de Colombia. Madrid: Turner Publicaciones.

    GMH. ¡BASTA YA! Colombia: Memorias de guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional, 2013.

    Registraduría Nacional del Estado civil 2018

    Revista Semana

    Periódico El Tiempo

    Periódico El Espectador

    [1] Melo, J. O., 2017. Historia Mínima de Colombia. Madrid: Turner Publicaciones.

    [2] GMH. ¡BASTA YA! Colombia: Memorias de guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional, 2013.

    [3] Registraduría Nacional del Estado civil 2018

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