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Al Ministro Andrés Uriel

  • Colombia ha perdido un gran hombre cuya obra y verdadero legado se conocerá con los años. Además de haber dejado una extensa lista de obras contratadas y ejecutadas en todo el territorio nacional,  Andrés Uriel o, el Ministro –como lo llamamos algunos- dejó una honda huella  en la política colombiana por su dedicación al trabajo, calidez, profundidad  intelectual, honestidad y sencillez.

    En Andrés Uriel confluía la fortaleza en el carácter y la caridad. Tenía voz de acero, propia del más aguerrido general, y a su vez, capacidad de trato afable y sincero. No faltaba en el diálogo con el Ministro, una palabra amable, una broma y un consejo concreto para ser mejor.

  • En nuestras charlas donde cumplía el papel de estudiante, preguntaba sin cesar sobre todos los temas y personajes históricos; buscaba exprimir hasta la última gota de conocimiento.

    Impresionaba la manera como el Ministro se refería sobre política, historia, filosofía, teología, ingeniería y cualquier otra materia con igual profundidad y conocimiento. Hablaba de historia con lujo y rigor, contaba detalles sobre personajes como Julio César, Cleopatra, Bolívar, José María Cordova y Santo Tomás, como si hubiera estado en el mismo lugar de los hechos en donde dichas figuras marcaron la historia de la humanidad. Su precisión histórica era sorprendente, pero más impresionante era su estilo narrativo de corte costumbrista y espontáneo. El lenguaje de Andrés Uriel mezclaba la profundidad y exactitud del más encumbrado profesor, y la sencillez y claridad del más sencillo ciudadano. En resumen, Andrés Uriel hablaba con el rigor del historiador Paul Johnson y la delicia y costumbrismo de Carrasquilla. Ojalá encontremos un los cerros de libros que devoró con pasión, notas y comentarios sobre sus lecturas.

    Sorprendía de igual manera, la profundidad espiritual de Andrés Uriel. Alguna vez pregunté sobre una de sus incontables luchas contra su enfermedad, donde creemos algunos que vislumbró la muerte. En medio del coloquio dijo con semejante hondura a la de Místicos como Santa Teresa o San Juan de la Cruz: “Imagínese la mayor alegría que pueda sentir en este mundo... eso no es más que el reflejo  fugaz en un espejo sucio, comparado con la Verdadera Felicidad de estar con Dios”. El Ministro era profundamente Mariano, devoto de la medalla de San Benito y del poder de la Eucaristía. Respetaba y era prudente con sus amigos que no tenían vida de piedad o incluso la rechazaban. Decía que a cada persona le llegaba el momento de encuentro con Dios, que era un episodio ineludible en la vida de cada persona.

    Estaba locamente enamorado de Antioquia y Colombia. Pareciera mentira, pero conocía con exactitud la distancia entre los diferentes rincones del país, sabía el nombre de quebradas y veredas como si fuera el de miembros de su propia familia. Vigilaba con celo las carreteras y vías terciarias por donde pasaba en sus recorridos de campaña. Criticaba cuando veía una obra que no avanzaba o había quedado mal hecha, pero a su vez reconocía y aplaudía el buen mantenimiento o ejecución de una obra, sin importar la procedencia del mandatario que la había llevado a cabo.

    En cuanto a su filosofía política, era un hombre difícil de enmarcar en un partido particular. De profunda ascendencia liberal, enriquecía su pensamiento con valores conservadores. Medio charlando, medio en serio, decía que admiraba al Presidente Chávez por el enfoque que puso en sus programas sociales, y de igual manera, respetaba la reciedumbre y legado de Margaret Tatcher y el papel preponderante de Juan Pablo II en la caída de la Unión Soviética. Andrés Uriel era un práctico en la política, insistía en la importancia de conservar valores y principios y a su vez exigía y presentaba resultados. Era devoto seguidor del Presidente Uribe, decía que así como él estaba exponía su vida a diario  por Colombia, lo mínimo que él podía hacer era imitarlo poniendo al límite su salud. Podemos afirmar que Andrés Uriel trabajó hasta el último momento por Colombia con plena dedicación y entusiasmo.

    No podría terminar sin mencionar su amor por los caballos. Era consultado constantemente sobre la calidad y futuro de ejemplares de todo el país. Sus amigos mandaban videos, audios y fotos para conocer su opinión. Sin falsa prudencia, emitía veredictos de todo tipo; decía “ahí no hay nada” y pasaba de foto, o se embelesaba con el paso y fenotipo del animal que lo cautivaba. En Andrés Uriel no había medias tintas, respondía con sinceridad cuando era consultado, exponía sus posturas con claridad y a su vez con respeto y buen humor.

    Las enseñanzas de Andrés Uriel son muchas. Dejaría al lector una en concreto por la insistencia con que la repetía: el gobernante debe abandonar la vanidad y entregarse en la búsqueda del bien común. El Ministro predicó y aplicó esta enseñanza con ejemplo. Fue un hombre sencillo hasta el extremo, nada la importaba la imagen, el qué dirán –para bien o para mal- y el reconocimiento público o la falta de él. La grandeza de Andrés Uriel radica en su compromiso desinteresado y absoluto con la Patria, en la sencillez, humildad y discreción con que lo ejerció. Hizo parte del Gobierno que recibió a Colombia en su más oscura noche, y logró con entrega y sacrificio que saliera de la oscuridad y brillara.

    Andrés Uriel cabalgó al Cielo dejando huella con la alegría de la trocha antioqueña, y el tesón de los arrieros. Hasta pronto Ministro, su ejemplo ha quedado impreso, su legado permanecerá.

    Por: Representante a la Cámara (e) por Antioquia, Centro Democrático. Politólogo, columnista de opinión.

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